lunes, 7 de noviembre de 2011
GRIEGOS. Ana Isabel Conejo
GRIEGOS
El griego antiguo no dispone de un término específico que designe el azul.
Hay un nombre para lo oscuro (del negro al cárdeno,
quién sabe si pasando por los tonos del mar al filo de la noche),
y existe un adjetivo para los verdes casi transparantes
o nacarados o lechosos
del agua y de los ojos.
Pero nada en la batalla parece azul, o verde.
La sangre es roja, negras
las naves, y sobre el mar vinoso,
un sol de sombras traza
su trayectoria ardiente de ceniza.
Los griegos eran ciegos al azul:
eso es, al menos, lo que piensan
ciertos filólogos.
¿Qué veían, entonces, cuando alzaban
los ojos hacia el cielo?
Sólo el color del cielo
en aquella ciudad y a aquella hora:
un color indecible, hecho de tarde y cantos
de pájaros oscuros en las ramas,
de olor a puerto y a comida, de sedosas
penumbras que se alargan, de voces que se alejan
y promesa de luna.
Un color indecible que nosotros no vemos…
Ana Isabel Conejo (Tarrasa, 1970) ha residido casi toda su vida en León. Autora de poemarios como Atlas (Premio Hiperión 2005), Umbral, Prisión o llama y Colores (al que pertenece el presente poema).
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