Lucrecia
Yo puedo extinguirlo todo
y entregándome a la muerte
señalar el fin.
Tal es el crimen
comparable al llanto
como una huella enorme
pétrea e incólume.
Supliqué con la piedad de la víctima
rogué por mi pervivencia
quise mis pechos indemnes
plenos de tiempo futuro
mis brazos estremecidos clamaron
por una lágrima por auxilio
pero todo grito fue vano.
Mi túmulo ensangrentado
no fue a Roma
ni elevado fue entre las plañideras
para venganza del criminal.
Tarquino fue la sombra de mi nombre
el choque de los escudos sobre la tierra.
¿Quién ahora dirá mi oración
clamará la venganza de los odiosos muslos violentados?
Toda la ciudad arrebatará al rey su trono
y mi muerte no será ya
el origen de una bondadosa República.
Alberto Gil-Albert (Logroño, 1960), abogado y poeta. Entre
sus libros, Inmulieribus, 2012
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