La flor de los pretendientes y las buenas familias
en los salones espaciosos.
Y ya la guerra de Troya terminada
de tiempo atrás. Los hombres que allí fueron,
los sonoros navíos, el caballo mortífero,
vagas patrañas de la ideología.
Cómo puede esperar Penelopea.
Quien tenga una esperanza ocúltela,
pues el tiempo es de tibia descreencia
bien templada para la ocasión,
y la palabra más pura en los salones
sin tanta servidumbre a lo pasado.
Reunámonos, pues, para cruzar apuestas
sobre el futuro que nosotros somos
y olvidemos el arco, el duro arco del rey,
aquel objeto pesado y anacrónico
que la sentimental Penelopea
aún tiene por sagrado.
Así habló
y así se alzó entre todos Antínoo,
flor de los pretendientes y las buenas familias,
joven experto en lenguas extranjeras,
hábil en la ironía y el pastiche.
Rió la concurrencia con dulzura
y se sintieron más en el meollo
del capital asunto
todos los pretendientes de provincias.
Pero ya el harapiento vagabundo,
el huésped no aceptado,
impuesto por el hijo de la reina,
acariciaba el arco.
Así templó la resistencia
de la tenaz materia.
Tocó la flecha amarga,
hizo vibrar la cuerda poderosa
con un rumor distinto
y un tiempo antiguo vino en oleadas
de hosca respiración hasta los hombres.
Tomó Antínoo una copa entre sus manos
y alzóla en medio del festín.
Estaba tenso el arco.
Un dios de torva faz medía los segundos.
La saeta partió veloz,
certera. Atravesó su punta
la garganta de Antínoo y salió por la nuca.
Un chorro espeso
de irreparable sangre vino
a las fauces del muerto.
Flor de los pretendientes,
irrisorio despojo,
entre el vaho animal de la hermosa matanza.
José Ángel Valente (Orense, 1929 – Ginebra, 2000). Poeta, ensayista y traductor gallego. Entre sus obras: A modo de esperanza, 1954, Punto cero, 1972 y Fragmentos de un libro futuro, 2000.
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