EL DESTINO DE DIOMEDES O
CONÓCETE A TI MISMO
Ilíada,
V
Después de haber luchado
contra el hombre,
quiso también luchar contra
los dioses,
y en su osadía halló
conocimiento
muy puro y para siempre y
doloroso.
Soberbio como era, no temía
una venganza cruel sobre sus
hombros
o un conjuro fatal para su
pueblo.
Primero hirió la mano de
Afrodita,
entre la conmoción de los
que reinan
la patria de lo ignoto
eternamente.
Mas, cuando osó también
herir a Apolo,
muy arrogante el dios alzó
sus armas
de palabras broncíneas,
infalibles:
Reflexiona,
tidida, ve y déjalo,
no
quieras igualarte a los dioses.
Y un profundo dolor detuvo
al héroe,
que supo para siempre su
derrota
y la inutilidad de sus
esfuerzos.
Incruenta era la herida,
pero firme
y segura y veraz en aquel
pecho
que dejó libremente que
volaran
las blandas ilusiones hacia
mundos
cerrados para el hombre, un
instante
de su felicidad, de la que
queda
sólo sabia lección, prudente
aviso,
la verdad más antigua de los
versos.
Vicente
Valero. Herencia y fábula.
Rialp, 1989.
Imagen: Jean-Auguste-Dominique
Ingres. Vénus blessée par Diomède, 1800.
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