EUMÉNIDE
Con posterioridad a esos intempestivos
trabajos atribuidos a Hércules,
cuando ningún síntoma hacía
prever el incremento de mitologías en los derramaderos de la realidad,
vino aquella locura a llamar
a la puerta.
Traía las ropas desgastadas
y un gran acopio de limaduras de hierro como diseminados por la piel
y allí se aposentó sin ser
de nadie requerida y sin que nadie tampoco le hubiese previamente insinuado
ningún deseo expreso de
proporcionarle paliativos para su adversidad.
Dijo pertenecer a las Euménides
y ser oriunda de Sanlúcar,
posiblemente de la
innombrable casta de las vengadoras
(algo que ya me había
sugerido Lezama en su casa de la habanera calle Trocadero),
y a medida que el mobiliario
iba adquiriendo cierta desaconsejable semejanza con las prerrogativas del desván,
anduvo la locura desplazándose
desde el vórtice de la ira hasta las más difusas alacenas de la memoria,
tratando de engañar con sus
preguntas a quienes allí se solazaban.
¿Están los diccionarios
consumidos? ¿Están los almanaques confinados en los boquetes de la inanición?
Y esas espesas ansias subcutáneas,
¿han sido propiamente reducidas a un mero simulacro de las carnales furias de
la noche?
Su último trabajo fue el de
hacernos creer que todas las preguntas
son la misma pregunta
sucesivamente repetida hasta que al fin el tiempo muera en nuestros brazos.
José Manuel Caballero
Bonald. La noche no tiene paredes,
2009. En Somos el tiempo que nos queda. Obra
poética completa 1952-2009. Seix Barral, 2011.
Imagen: El remordimiento de Orestes, William-Adolphe Bouguereau.
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