martes, 28 de septiembre de 2010

Benet, poeta y mitólogo



Acostumbraban los historiadores, ¡oh, Sosio Seneción!, cuando en la descripción de los países hay puntos de que no tienen conocimiento, suprimir éstos en la carta, poniendo en los últimos extremos de ella esta advertencia: de aquí adelante no hay sino arenales faltos de agua y silvestres, o pantanos impenetrables, o hielos como los de la Escitia, o un mar cuajado. Pues a este modo, habiendo yo de escribir estas vidas comparadas, en las que se tocan tiempos a que la atinada crítica y la historia no alcanzan, acerca de ellos me estará muy bien prevenir igualmente: de aquí arriba no hay más que sucesos prodigiosos y trágicos, materia propia de poetas y mitólogos, en la que no se encuentra certeza ni seguridad.

Plutarco, Teseo


Quien se adentre en la obra de Juan Benet ha de tener siempre en su memoria la prevención que el inabarcable historiador griego Plutarco hace a sus lectores: "de aquí arriba no hay más que sucesos prodigiosos y trágicos, materia propia de poetas y mitólogos, en la que no se encuentra certeza ni seguridad."

Porque, en efecto, si de alguna forma se puede definir al autor de Saúl ante Samuel, la que mejor le cuadra es la de poeta y mitólogo, en tanto en cuanto toda su esforzada empresa narrativa consistirá fundamentalmente en la construcción de un espacio y un tiempo de condición mítica, esto es, un espacio y un tiempo fuera de todo tiempo y espacio, llenos de "sucesos prodigiosos y trágicos" en donde "no se encuentra certeza ni seguridad." El intento de estas reflexiones es el de aproximarse, siquiera someramente, al modo en que Juan Benet alcanzó a construir Región y, sobre todo, el "tiempo" que en ella no sucede.

Antes de nada, y a manera de preámbulo, cabe preguntarse por qué elige don Juan el mito como método de reflexión acerca del mundo y como cimiento de su experiencia narrativa. La respuesta viene a ser doble. Primero de todo, a causa de la insatisfacción que le produce la ciencia: "El saber, ese saber absoluto que quiere el pensamiento científico, yo no creo en él porque no se puede dar. (...) ..., nunca se llegará a conocer nuestro universo que siempre estará en sombras." (Cartografía personal, pág. 118). Y, en segundo lugar, elige el mito, porque, aparte de la burla que éste inflige al conocimiento científico, para Juan Benet la función dominante de la literatura, al igual que la del mito, consiste en "aumentar el acervo de misterio." (CP, pág. 150).

Hablando del saber de la literatura afirma: "No creo exagerado decir que un "saber" constituido por leyes y aforismos que dejan lugar a sus opuestos, más que elucidar la naturaleza del hombre lo que consigue es acentuar su misterio e, indirectamente, demostrar la vanidad, futilidad e insuficiencia de la gnosis." (En ciernes. Taurus, 1976. Pág. 59). En efecto, para Benet la literatura es "un terreno donde toda suerte de certeza es quimérica, cuestionable y estéril" (EC, pág. 53), es decir, uno de los principales rasgos del mito.

Tras pergeñar así, groseramente, la función del mito en la obra de Benet, vengamos ahora a discernir cómo el autor ha construido ese espacio y tiempo míticos de Región.

Sobre la creación del espacio regionato poco hay que añadir a lo que ya tienen dicho numerosos críticos y exégetas, además del propio escritor. La conjunción feliz del talento de Benet, sus lecturas, entre otras muchas, de Frazer, Faulkner, Mann (que se había interrogado ya "sobre el papel de los mitos que, llegados del fondo de los tiempos, teledirigen nuestros pasos", en palabras de Kundera), las leyendas locales del valle del Pardomino, al norte de León ("de un pastor que hablaba de un valle perdido donde había tumbas sacrales del siglo XII; otro señor que decía que había un guarda que nunca había bajado a Vegamián. Me contaba un pastor de Rullero de otro pastor que no había bajado de las montañas desde el final de la Guerra Civil. Son cosas que contaban aquellas gentes. Había otro que decía que los habitantes comprendidos entre Vegamián y Lillo eran descendientes de un coronel francés que había pasado por allí en el tiempo de la guerra de la Independencia... Y luego está el trasunto de la Guerra Civil. La guerra civil que es de tal poder narrativo que sirve para cualquier lugar, mira Faulkner. En el ambiente de Vegamián hay un poder de congelar las cosas, las personas." (CP. Pág. 223). No se debe olvidar este verbo, congelar, para entender después el concepto de "tiempo" en Región) y, sobre todo, sobre todo, el paisaje de la montaña leonesa, paisaje "forajido", como lo denomina Ferlosio con su habitual y pasmosa exactitud, un paisaje que parece susurrarle en el oído al ser humano su insacudible condición efímera y su impostergable abocamiento a la desaparición y a la nada.

Un espacio "utópico", es decir, fuera de todo lugar y cifra de todos los lugares a un tiempo, que poco a poco se irá poblando de personajes, sucesos y leyendas "prodigiosos y trágicos", pero ésta es otra historia.

En efecto, el problema más peliagudo con el que se hubo de enfrentar Juan Benet en su esforzadísimo empeño narrativo fue el de la transmutación del tiempo histórico en tiempo mítico, transmutación que logró alcanzar en sus dos novelas más sobresalientes Un viaje de invierno y Saúl ante Samuel.

Para llevar a cabo esta obra de demolición del tiempo histórico, Juan Benet ya contaba con las experiencias previas de la novela de principios del siglo XX, principalmente con Proust y Faulkner. Estos narradores habían minado ya la tradicional sucesión lineal cronológica, pero todavía no se habían liberado de la dependencia y tiranía del tiempo histórico: "Si la narrativa moderna ha venido a romper —desde las postrimerías del siglo XIX- la sucesión lineal cronológica, no por eso ha abandonado el eje del tiempo, cuya esencial función directriz ha venido a ponerse de manifiesto aún más con el abandono de la progresión lineal cronológica como línea de relato..." (EC. Pág. 16).

Así pues, la transformación final del tiempo histórico en tiempo mítico será un esfuerzo personal y es precisamente al problema del tiempo al que Juan Benet dedica en mayor medida sus reflexiones no sólo en su obra ensayística sino también en sus novelas.

Frente al tiempo histórico, caracterizado por ser una sucesión continuada de momentos y por estar supeditado a un principio y a un fin, el tiempo mítico opone un presente estático y atemporal en el que eternamente se están actualizando todos los acontecimientos de la existencia y su sentido.

Tanto en Un viaje de invierno como en Saúl ante Samuel, todo sucede en un estatismo atemporal, no hay ni sucesión de acontecimientos en la línea argumental ni subordinación temporal a un principio ni a un fin, sino que "toda la dimensión del tiempo es devorada por el presente" (UVI, pág. 233), toda la peripecia narrativa se da en "una edad sin fechas, la iluminada jornada de un ayer envuelto en ámbar temporal sin movimientos ni enigmas, sin evolución ni crecimiento ni estaciones ni sonidos, en el epiceno limbo de ser-fue" (UVI, pág. 222), "Todo está siempre —en el siempre inexistente- en el mismo sitio (SAS, pág. 104).

Dos son básicamente los recursos técnicos de que el autor se vale para construir este estatismo, esto es, para formalizar la transmutación temporal y alcanzar la creación de ese tiempo "ucrónico" en el espacio "utópico" de Región: la recurrencia y la simultaneidad.

En cuanto a la recurrencia, Un viaje de invierno está estructurado mediante la repetición periódica de las principales escenas y momentos de la novela, introduciendo medidamente pequeñas variaciones que crean la ilusión de un transcurso narrativo aunque siempre se está en el mismo presente. En cambio, en Saúl ante Samuel la recurrencia de las escenas principales (la carrera del niño y fusilamiento del alcalde, marcha del convoy, la mano que levanta un siete de espadas, alguien que espera la llegada de un pariente) ni siquiera permitirán dar paso a ningún cambio: "... me digo si en esta constante repetición no habré encontrado la salida hacia una perennidad que rehuye toda alteración..." (SAS, pág. 249), dice Simón.

Para construir esta "congelación" del tiempo, Juan Benet echa mano en segundo lugar del recurso técnico de la simultaneidad. Todos los acontecimientos de la peripecia narrativa se superponen en un mismo instante de tiempo estático: "Apareció por un instante y todos sus caracteres se superpusieron sin transcurso, con sus momentos y sus hechos, y aconteció incluso lo que no aconteció, para desaparecer todo en la misma estela." (SAS, pág. 104).

Pero la simultaneidad no opera solamente en la esfera temporal sino también, y con la misma finalidad de crear ese tiempo mítico, en el plano del sujeto. Pues en cuanto se destruye el eje temporal indefectiblemente toda identidad se diluye. Así uno de los recursos más caros, por necesarios, a Benet consiste en acumular sobre sus personajes un número cuanto mayor mejor de identidades que les confieren la calidad de símbolo no unívoco que todo mito requiere en cuanto que escapan a toda certeza. Así el ejemplo del propio caballo de Un viaje de invierno (ejemplo que puede parecer secundario pero que es el paradigma normativo del modo de proceder de Benet con todos sus personajes): sobre el caballo, que aparece siempre saltando a través de todo tiempo y lugar, se acumula un buen número de identidades: es el caballo de Neptuno del mito clásico, el animal que comunica a los muertos con los vivos de la mitología japonesa (tama), es un mensajero de la muerte y el infierno, es un símbolo de la fertilidad y de la renovación cíclica de la naturaleza, es el propio Amat, entre otras múltiples interpretaciones.

En resumen y para finalizar, Juan Benet llega más lejos que la novelística del siglo XX en su intento por liberarse del eje temporal tradicional y el lector que accede a sus obras es llevado mediante el verbo poético y extraordinario del autor a un universo mítico del que toda certidumbre ha huido y que deberá estar dispuesto a recorrer sin otra seguridad que su propio afán de conocimiento.

Conrado Santamaría Bastida

19-01-2004

sábado, 25 de septiembre de 2010

Glosas a Heráclito. Ángel González



Glosas a Heráclito

1

Nadie se baña dos veces en el mismo río.
Excepto los muy pobres.

2

Los más dialécticos, los multimillonarios:
nunca se bañan dos veces en el mismo
traje de baño.

3

(Traducción al chino)

Nadie se mete dos veces en el mismo lío.
(Excepto los marxistas-leninistas.)

4

(Interpretación del pesimista.)

Nada es lo mismo, nada
permanece.
Menos
la Historia y la morcilla de mi tierra:
se hacen las dos con sangre, se repiten.



Ángel González (Oviedo, 1925 – Madrid, 2008). Uno de los más representativos de la llamada “Generación de los 50”. Su obra, siempre comprometida con la realidad que le tocó vivir, es una mezcla de intimismo y poesía social, con un particular y característico toque irónico.

jueves, 2 de septiembre de 2010

El canto de Linos (Salida a la labranza), Claudio Rodríguez



El canto de Linos (Salida a la labranza)

Por mucho que haga sol no seréis puros
y ya no hay tiempo. Apenas
se mueve el aire y con la luz del día,
aún lejana en los cerros, se abre el campo
y se levanta a su labor el hombre.
Y ved: la hora mejor. ¿Y qué ha pasado
para que hoy en plena sazón sólo
nos acordemos de la siembra aquella,
de aquel trillar, de aquellos laboreos?
¡Si la cosecha no es más que el principio!
¡Fuera la hoz, sí, fuera
el corto abrazo del apero aun cuando
toda la tierra sea esperanza! Siempre,
como el buen labrador que cada año
ve alto su trigo y cree
que lo granó tan sólo su trabajo,
siempre salimos a esperar el día
con la faena a cuestas, y ponemos
la vida, el pecho al aire y un momento
somos al aire puros. Pero sólo
un momento. Oíd desde aquí: ¿qué hondo
trajín eterno mueve nuestras manos,
cava con nuestra azada,
limpia las madres para nuestro riego?
Todo es sagrado ya y hasta parece
sencillo prosperar en esta tierra,
cargar los carros con el mismo heno
de juventud, llevarlo
por aquel mismo puente. Pero, ¿dónde,
en qué inmenso pajar cabrán los pastos
del hombre, aquellas parvas
que puede que estén frescas todavía?
¿Dónde, dónde? Tú antes,
tú, el elegido por las estaciones,
el de la gran labranza, ven conmigo.
Enséñame a sembrar en el sentido
del viento. Qué vendimia
la de hoy, a media madurez, a media
juventud. ¿Dónde el tordo que salía
de allí con la humildad del vuelo abierta
como si aún pudiera volver siempre?
No volverá. Bien sé lo que he perdido.
Pero tú baila, triunfa, tú, que puedes.
No lo digamos. No, que nadie sepa
lo que ha pasado esta mañana. Vamos
juntos. No digas más que tu cosecha,
aunque esté en tu corral, al pie de casa,
no será tuya nunca.

Claudio Rodríguez (Zamora, 1934 – Madrid, 1999) Poeta español. Sus obras: Don de la ebriedad, Madrid, Adonáis, 1953 (Premio Adonáis), Conjuros, Torrelavega, Ed. Cantalpiedra, 1958, Alianza y condena, Madrid, Revista de Occidente, 1965 (Premio de la Crítica), El vuelo de la celebración, Madrid, Visor, 1976 y Casi una leyenda, Barcelona, Tusquets, 1991.

CONDESCENDENCIA. Enrique Gracia Trinidad

  CONDESCENDENCIA   El Nudo Gordiano no quiso desilusionar a Alejandro, pero ya estaba a punto de soltarse él solo.   Enrique Grac...