EL
LABERINTO
Un hilo en una mano y en la otra una espada,
el corazón un nudo, los pasos sigilosos,
entro en el laberinto asustado y feliz
como el que ha decidido afrontar su destino.
Pero en el laberinto sólo suena el silencio.
No hay mugidos, ni voces, ni pasos que no sean
los míos, ni más ruido que mi respiración.
Empiezo a sospechar que tal vez no haya nadie
y que el temido monstruo
sea sólo una invención del miedo de los hombres,
de su oscuro deseo de desaparecer.
Cuando llego a la cámara central veo en ella un pozo.
Como un ombligo –pienso mientras me asomo a él.
Sobre el agua parada me reflejo y comprendo
que el minotauro está dentro de mí,
que la lucha ha empezado,
que acabará conmigo
si antes no llega el fin a rescatarme.
Un hilo en una mano y en la otra una espada,
el corazón un nudo, los pasos sigilosos,
entro en el laberinto asustado y feliz
como el que ha decidido afrontar su destino.
Pero en el laberinto sólo suena el silencio.
No hay mugidos, ni voces, ni pasos que no sean
los míos, ni más ruido que mi respiración.
Empiezo a sospechar que tal vez no haya nadie
y que el temido monstruo
sea sólo una invención del miedo de los hombres,
de su oscuro deseo de desaparecer.
Cuando llego a la cámara central veo en ella un pozo.
Como un ombligo –pienso mientras me asomo a él.
Sobre el agua parada me reflejo y comprendo
que el minotauro está dentro de mí,
que la lucha ha empezado,
que acabará conmigo
si antes no llega el fin a rescatarme.
Juan
Vicente Piqueras. Atenas. Visor,
2013.