jueves, 21 de abril de 2016

Y SU CALMA. Antonio Crespo Massieu



Y SU CALMA


Erguidos en el tiempo, verticales, con los dioses

compartiendo la desmesura de lo alto,

el terrenal aliento de nubes y una mirada

que desciende, se pierde el infinito mar,

se llega a lejanía de horizonte o es caricia

en la cóncava curva línea de la costa,

límite preciso (dibujado por azar o necesidad

o trazado acaso por los mismos dioses, capricho,

creación o juego) en que tierra y mar

confluyen, se funden sin confundirse,

se encuentran y todo es

una larga mirada sobre la calma de los dioses.


Viven los siglos, el trasiego de vidas, las mínimas

historias, los guijarros, los nombres perdidos.


Viven en esta encendida llanura, en este monte

que alienta la belleza, en estas vivas ruinas

donde nace el sol y un nítido horizonte se divisa,

como si ahora de nuevo, surgiendo de la espuma,

hermosos, intangibles, nos deslumbraran

otra vez y para siempre con su perfecta belleza

(la vemos espejo de la nuestra, ¡tanto nos ciega

la hermosura!) y nos alcanzaran para partir

con nosotros el pan, el aceite, las uvas,

para decir en esta tierra, bajo el cielo, frente al mar

su antiguo consuelo, dejarnos la claridad

que arrebata y una piedad antigua, tan leve,

tan tersa, tan serena como una caricia

o este mar, esta luz, esta heredada belleza.


Idéntica claridad, el mismo deslumbramiento,

el mismo mar que adolescente inscribieras

juntando sentido a sentido, abriendo

el oráculo del diccionario, luchando

con la sintaxis, sus trampas, las aviesas,

arduas celadas de la gramática, para grabar

con lento, trabajoso amor, en pautado

papel escolar esa luz cegadora.


Esa luz desprendida del vocablo del error

es la misma que ahora en este mirador sin tiempo,

en esta quietud de siglos te envuelve

y sabes que nunca te abandonará.

Signos aprendidos, acentos, música,

hexámetros exactos nunca olvidados

y dices desde esta altura las palabras

que juntan mar y dioses,

que convocan los trabajos y los días,

la blanca espuma y el arado, un trasiego

de hazañas, el viaje, las inútiles guerras:

Ciertamente Aurora de azafranado manto desde río Océano

se levantaba para llevar la luz a los inmortales y a los humanos

escribes de nuevo, deletreas con la mirada los alados versos

y regresan los dioses como Aurora surge del mar

y llega a nosotros y nos alcanza.


En el Este,

en este templo, esta encendida arena de Ampurias

contemplando las aguas, la espuma, idéntico mar

que cantara  y viera el ciego y viejo Homero.


Inscribes ahora con la misma pasión la historia

que te conmoviera y trabajosamente descifraras,

el alfabeto de la luz, una sintaxis del mediodía,

los lejanos dioses que te regalaron tus obligaciones

escolares, la cólera de Aquiles (Canta, oh diosa)

Ulises el prudente, la astucia, los pies ligeros,

las cóncavas naves, el interminable asedio,

también los tersos hexámetros de Virgilio,

el prudente Eneas (Canto las armas y el varón),

el ritmo, los epítetos, la alternancia, breves, largas,

midiendo, ordenando, tantas veces confundiendo,

atisbando sentido y al fin la claridad

hacia dentro ascendiendo, llevando al adolescente

a esta luz, este calor sin cobijo, esta belleza

tan terrenal, tan nuestra.

Cuando ahora renqueante

vuelve Homero con sus dioses y contempla

el mundo (con la penetrante mirada de los ciegos,

los iluminados, los inexistentes) desde esta bahía de Rosas.


Así la claridad de los antiguos se abre paso,

desde el este te lleva de la mando escalando

el tiempo de tu propia y pequeña historia.




Antonio Crespo Massieu. Obstinada memoria. Amargord, 2015.

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