miércoles, 4 de junio de 2014

La oportunidad de los cobardes. Matías Escalera Cordero



La oportunidad de los cobardes


Cuando era niño lloraba sólo con pensar en Leónidas y sus trescientos espartanos

Los nombres de Termópilas y de Numancia

Erizaban el vello de mi piel

Y un escalofrío –aún hoy me recorre el dorso– recorría mi espalda

Hasta la nuca (también el último caballero templario

            defendiendo Jerusalem

            o el sacrificio de Uncas y las lágrimas

            de su padre: los últimos de una estirpe condenada al olvido)

Luego -cuando crecí- fueron Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti (y las jóvenes

            hilanderas de Nueva York: cada ocho de marzo

            y cada primero de mayo rezo por ellos) Y Buenaventura Durruti

Y Dolores Ibárruri y Marcelino Camacho


Me emocionaba pensar en el día de la oportunidad definitiva

El del sacrificio incondicional y el completo círculo del heroísmo

Al fin cerrado que no llegará

Nunca habrá inmolación desesperada ni la dignidad

De los habitantes de Numancia (de los ciegos precursores de aquel Madrid

            del espanto y de la obstinada resistencia) De Leónidas

O de las jóvenes tejedoras neoyorquinas

Termópilas ya no me espera y Leónidas sabrá que ha sido traicionado

Una vez más (Sacco y Vanzetti: no me aceptarán como a un igual)

Mirar con altanero ademán a su conductor (ni a los viajeros

            que dormitan -y regurgitan a cabezadas rítmicas- el sopor

            y el cansancio de sus vidas) No seré tampoco ya el último defensor

De la nueva Jerusalem


Hoy ha pasado ante mí la espada -la antorcha- y no me he atrevido

A tomarla en mis manos

El miedo -y el cálculo- han atenazado mi puño

Que no ha sido capaz de extender siquiera un confuso trazo

Un aborto de firma o señal encima de la hoja en blanco (se trataba de la justa petición

            para la readmisión de una joven secretaria del Jefe de ventas)


¿Habrá una nueva oportunidad para los cobardes…?

Tomaré entonces la espada…

Alcanzaré de nuevo el autobús cuarenta y dos con la inequívoca nobleza

De una hilandera neoyorquina…

Seguiré rezando cada primero de mayo y cada ocho de marzo (siempre que una hoja

en blanco pase ante mí)


Matías Escalera Cordero. Grito y realidad. Baile del Sol, 2008.

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